En el regreso de la épica batalla
en la toma Vieja, en una parada de (y entre) colectivos, observamos (dos
colegas y yo) que la policía corta una calle cercana. Intrigados, vemos que no
hay un accidente de tránsito, ni un siniestro, y que las personas caminan por
la vereda de la calle cortada como si nada sucediese.
Cuando aparece una manifestación,
los carteles de HIJOS nos recuerdan que es veinticuatro de Marzo. Y poco
después, caemos en la cuenta que, si las calles están cortadas, el colectivo no
parará en donde estamos.
Al desplazarnos por las desiertas
veredas, en busca de una parada que no esté en una calle cortada, notamos en el
aire de la noche una inquietud antes inexistente. Los agentes de policía lucen nerviosos,
las luces de la ciudad parecen menos y más oscuras, las calles están vacías de
autos y somos los únicos peatones en la vereda. Pasamos por paradas de
colectivo que ya no existen, y el viento trae el sonido de un silencio tan
extraño, tan ajeno a esa hora de un domingo a la noche, que nos sentimos como
los protagonistas de una película en la que hay un holocausto (zombi, por ejemplo).
El ambiente es desgarrado por las
luces de los autos que están más allá de las calles cortadas. Al sentarnos en
una parada de colectivo, esperando el transporte que nos llevará a casa, el cansancio
de horas de batallas de soft combat al fin nos alcanza. Se sienta sobre mis dos
colegas y les hace sentir su presencia. El colectivo llega, desviándose de
algunas calles cortadas, y pasa por la parada de la que habíamos partido: la
manifestación ya ha pasado por allí, mientras caminábamos, y ahora está libre
para el tránsito rutinario.
Y la cinematográfica sensación de
haber sido, por un minuto, esos que sobreviven a las hordas zombis, nos
acompaña.
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