



"Científicas", de Valeria Edelszteinn. La colección "Ciencia que ladra..." cobró notoriedad por sus libros de "Matemática, ¿estás ahí?", y luego fue añadiendo más y más títulos. Los libros de este género y editorial son un sinónimo de contenido de calidad, de esos que hacen valer cada centavo. Ni dudé.


"El mago de Oz", de L. Frank Baum. Vi varias películas basadas en esta novela, peor no recuerdo si la había leído. Era una invitación a solucionar semejante problema.


"El decamerón", de Giovanni Boccaccio. Lo nombraron en alguna clase de secundaria, hace quince años atrás, y lo vi ahí, solito, listo para responder mis preguntas, que se resumen en "¿de verdad se ganó toda esa fama?". Por la ciencia, me dije.


"7 cuentos de ciencia-ficción", de autoría diversa. Me llamó su contratapa, y ya llevaba cinco libros, más o menos, para comprar de esa pila de ciencia ficción.
"La nueva Atlántida", otro libro de relatos, con Le Guin como primera autora. A la bolsa.
"Nuevos dioses", de Alberto Vázquez Figueroa. Otro que me atrajo con su sumario, a ver qué tal es.

"El amor en los tiempos del cólera", de Gabriel García Márquez. Hacía mucho tenía curiosidad, pero nunca había tenido la oportunidad de leerlo. La solución estaba en esa mesita, al lado de la pila de ciencia-ficción.
Me dejé mucha plata en esa feria, y por Monesvol que valió la pena, y para eso tengo sueldo propio, y dos trabajos, y una cultura del ahorro que me enseñaron desde que era nena y me pasaron el dato que, si ahorraba plata, podía comprarme cosas más interesantes que simples golosinas.
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