9: Cuarto
día
Daichi
supo, al instante, que no estaba en su habitación.
Estaba
sobre una cama, no en un futon, y las sábanas eran de un material distinto. Los
sonidos eran diferentes, y por la forma en que llegaban a él, provenían de
aberturas en una posición que distaba de ser la de su dormitorio. El Sol
calentaba desde otra dirección, y la temperatura difería.
Y el
aroma.
El
aroma era uno que había llegado a conocer en los últimos días, uno especiado y
exótico, sutil pero muy, muy
memorable. Provenía de las sábanas, de su largo pelo, del pijama (diferente al
propio) y de su piel. De su cuerpo, un cuerpo con una forma distinta de la que
había estado ocupando toda su vida.
Abrió
los ojos despacio.
Y se
encontró en una habitación desconocida.
Medoro
se despertó, confuso al no haber oído su reloj despertador.
Se
llevó las manos a la cara, diciéndose a sí mismo que podría hacerlo, que era un
día más cerca de romper el bucle y conservar la tela de la realidad sin
desgarrones. Sintió que unas manos ajenas se posaban sobre una cara que no le
era conocida, y abrió los ojos.
Ése no
era su techo.
Se
sentó sobre el futon, confundido, reconociendo el lugar enseguida. La mesita
baja, el piso, las paredes al estilo japonés, la botella de agua cercana.
Tanteó su cabeza, que tenía el pelo corto y una forma algo distinta a la de
toda su existencia, y sintió que el pánico amenazaba con abrirse paso.
Cerró
los ojos y respiró hondo.
Y fue
a buscar un teléfono.
En el
baño confirmó sus sospechas: unos ojos verdes le devolvieron la mirada, de una
forma muy diferente a la que usaba Medoro. Se quedó allí unos segundos, dejando
que las implicaciones de la situación se hundiesen en su ser.
Joseph
los había descubierto.
De
alguna manera, su caótica mente había conectado los puntos, y ahora los estaba
atacando de forma directa. O quizás siempre lo había sabido, y la explosión le
hizo ver la utilidad de esa información. ¿Qué le había hecho saber que él era
un shinobi? ¿Qué confirmó que él era alguien que sabía del bucle de tiempo? Era
demasiada casualidad, si es que era eso.
O
quizás fuese una ilusión.
Una de
esas ilusiones que, a diferencia de las que había experimentado antes, eran
reales. En esta situación, no eran sus sentidos alterados quienes le decían que
era otra persona, sino que la realidad misma había sido doblara, retorcida, obligada a eso. Daichi estaba entrenado
para romper ilusiones, y había aprendido a distinguir qué era real y qué no. Y
todo este Caos era real.
Encontró
el teléfono celular de Daichi en su mochila, y empezó a marcar su número. Se
detuvo a medio camino, dándose mentalmente una palmada en la frente, y empezó a
marcar el número de su propio celular. Lo único que recibió en respuesta fue un
aviso que las líneas estaban caídas.
Respiró
hondo.
No iba
a entrar en pánico.
No
importaba que su forma de percibir su entorno fuese abrumadora, que no pudiese
concebir la tela de la realidad o los hilos de la existencia. Tampoco que ése
cuerpo fuese algo más petizo, que tuviese otro peso y otro nivel de agilidad
(casi se cayó varias veces al notar la facilidad con la que podía moverse).
Estaba en el cuerpo de Daichi: de seguro él no le haría nada a su cuerpo de
Naga. Si es que despertaba así. Si es que despertaba.
Se
puso de pie, respiró hondo, mantuvo el aire en sus humanos pulmones por diez
segundos, y luego fue hacia el armario. Tomó lo que más familiar le era: el
traje de Framtiden. Luego de ponerse todo a excepción de los zapatos, fue hacia
la sala, que había visto de pasada la primera vez que había ido allí, y que
ahora recordaba que tenía un teléfono fijo.
Lo vio
sobre una mesita baja, y hacia el aparato fue.
-¿Quién
eres?
Medoro
se detuvo en seco.
Su
reflejo era claro, podía leer, sus manos eran las mismas de siempre, los
relojes funcionaban. Su percepción estaba muy reducida: casi como el de una
persona normal, según lo que le había enseñado su padre y lo que había
descubierto él mismo. Sin embargo, notó que, al posar sus ojos sobre un
pendiente apoyado sobre un cuaderno de notas de la mesa de luz, percibía mucho
más.
En su
cuerpo podía notar muchos detalles, dado su entrenamiento, pero esa joya tenía
mucho más de lo que había podido ver hasta “ayer”. Su cerebro se llenó de
propiedades, historias, datos, formas de tallar, nombres de gente que no sabía
que existía. Casi fue una sobrecarga, y aparto la mirada enseguida.
Y los
hilos.
No era
algo que pudiese describirse como una imagen, pero si tuviera que hacerlo,
sería como una red de hilos, que formaba una tela, que corría riesgo de
rasgarse y que estaba en un bucle, como un universo en forma de burbuja y su
línea temporal del primero de Marzo. Daichi entendía poco más de la mitad, pero
estaba ahí, y cada vez que se acercaba a una persona, podía percibir la forma
en que tocaba otros hilos, la forma y el color,
aunque no era esa la palabra exacta. Lo confirmó cuando tomó el uniforme de
Framtiden, se vistió y fue hacia lo que supuso que era el comedor. Allí estaba
la familia que alojaba a Medoro, feliz de verlo despierto.
-¿Cómo
has dormido, querido?- le preguntó la madre, sonriendo de oreja a oreja,
sentada a la mesa de madera oscura.
Daichi
notó que tras esa sonrisa se escondía un interés material. Su hilo era de un color fuerte, y sus intenciones eran
claras.
-He
dormido bien, gracias por pregunta, madame- respondió, sonriendo, recordando la
forma en la que Medoro se dirigía a las muchachas.
-Siéntate
aquí, muchacho, y toma tu desayuno- dijo el padre, con el mismo tipo de sonrisa.
Sus modales, su forma de hablar, la ropa y el calzado que usaban, la mucama
sirviéndoles el desayuno, el desayuno en sí, todo hablaba de riqueza, y de
deseos de aumentarla gracias a él. A Medoro.
El
hilo no se unía del todo.
-Si me
disculpan, necesito usar el teléfono- dijo Daichi, con el encantador tono de
Medoro, y se retiró.
La voz
sonó dura, y Medoro sintió que su cuerpo se helaba. Miró hacia un lado, desde
donde había venido la voz, y se encontró con un hombre similar a Daichi, pero treinta
años mayor. Su percepción aumentada de la realidad le llenó de detalles la cabeza
en un momento, y le tomó un par de segundos entender lo que veía.
-¿Padre…
- el otro no respondió.
El
hombre dio un paso hacia él.
Medoro
detectó los instintos agresivos, de cautela, de sospecha en él.
-…de
Daichi?- terminó, aún confundido por la sobrecarga de datos.
El
instinto asesino dejó de intensificarse y de crecer, a la espera.
-¿Quién
eres?- repitió el adulto, y Medoro reaccionó.
-Alguien
muy confundido, señor… ¿Takahashi?- su cerebro estaba cerca de la sobrecarga,
pero así y todo, sabía que no podía pretender ser Takahashi hijo. ¿Así era como
Daichi percibía la realidad? –Me desperté… en el cuerpo de Daichi, y no sé qué
ha pasado.
Lo
cual era verdad.
El
padre de Daichi no parecía convencido para nada. Medoro supo, de alguna forma,
que el adulto estaba listo para atacarlo si hacía algún movimiento en falso.
Buscó algo adecuado para decir, y se encontró con que no lo hallaba. Las
palabras, que le salían tan fácil en cualquier otra situación, ahora se
escapaban a su hiperperceptivo cerebro. Porque este no era su cerebro de Naga,
era un cerebro de humano.
-¿Dónde
está mi hijo?
-Creo…
que lo lógico sería que esté en mi cuerpo… y las líneas de teléfonos celulares
están cortadas. Iba a usar el teléfono para llamar… a la casa en donde estoy
alojado. Mi cuerpo estaba alojado. Está. Creo.
La
hiperpercepción le estaba dando dolor de cabeza, y aumentó a “masivo” al
comprender, de forma confusa pero muy
presente, que Takahashi padre estaba más que molesto. Parecía una furia fría y
en calma, que se esparcía por el cuerpo y se volvían energía, o concentración,
o fuerza, o se guardaban para utilizarse cuando se las necesitase. Ese hombre
tenía un gran control, y un… algo
similar a Daichi, algo distinto a la genética, a la familia, como el pulido que
se le daba a dos gemas de la misma roca.
Habilidades
escondidas.
En un
envase común, de esos que se miran por un segundo y se olvidan al siguiente,
por ser el punto medio del punto medio. Pero si se buscase en su interior, se
encontrarían gemas exóticas y con un pulido pocas veces visto. Entrenado hasta
la perfección física, con una habilidad que Medoro no recordaba haber visto o
percibido en ningún joyero. Porque allí había una joya, frente a él, y estaba a
segundos de cortarlo, como la punta de un diamante.
-Las
líneas nunca han funcionado.
La
frase cayó como una losa sobre su cabeza, y Medoro lo miró, confundido,
olvidando por unos segundos la maraña que tenía en la cabeza. Él mismo había
usado las líneas telefónicas el día de su llegada, para anunciar a su familia sus
impresiones. Lo mismo con su celular, cuando había hablado con Daichi. Sabía,
de alguna confusa manera, que Takahashi decía la verdad, pero era una verdad modificada. Como si alguien hubiera
cambiado, no una regla, sino una parte de ella. Y lo había hecho de forma
progresiva, iteración tras iteración.
En
otro momento, si Medoro hubiese estado en su cuerpo, le había preguntado cómo
era posible, si funcionaba el último día de Febrero. Sin embargo, Daichi debía
conocer muy bien a su padre, porque supo de inmediato que eso sería una muy
mala idea. Y no tenía el encanto propio de los Nagas, lo cual podría haber sido
decisivo.
-Entonces,
¿por qué hay teléfonos en Trenza?
Esa
pregunta pareció no tener efecto, pero algo sutil, mucho más sutil que
cualquier cosa que hubiese percibido, cambió. Algo que podía percibir sólo por
el lazo de padre e hijo, cosa que no podía detectarse de otra manera.
-Cuando
llegué al archipiélago, había faros. Cuatro. Uno en cada isla, apuntando hacia
los cuatro puntos cardinales. Ahora no están.
Despacio,
la comprensión empezó a chispear en su cerebro. Medoro entendió que su forma de
enfrentar una situación como esta, la forma que había usado toda la vida, no
era válida en este caso.
-¿Cuándo
has llegado a Trenza?- preguntó Takahashi.
-Llegué
el veintinueve de Febrero. Y desde ése día, muchas cosas han cambiado.
El
adulto lo miró fijo.
Medoro
reconoció sin dificultad esa mirada: estaba hecha para intimidar, para obtener
más información de la que se le daba. Medoro se lo habría dicho todo, pero
ahora estaba en el cuerpo de Daichi, y él entendía de otro modo. Tenía otras
armas. Y otros métodos. Le sostuvo la mirada, tal y como se la había sostenido
a Joseph en la biblioteca, y esperó.
Pasaron
varios minutos.
Entonces,
el señor Takahashi hizo un movimiento rápido y le arrojó algo. Medoro, más por
instinto del cuerpo que por otra cosa, lo atrapó al vuelo, sintiendo una forma
bastante esférica en su palma. Tardó menos de medio segundo en entender que se
trataba de una manzana, y la miró, curioso, para luego mirar a Takahashi padre.
-No
llegues tarde- fue todo lo que le dijo, mirándolo fijo.
Pronto,
Daichi se dio cuenta que era imposible que un Naga fuese un ninja.
Incluso
con un ninja dentro del cuerpo del Naga.
Cada
paso que daba parecía atraer la atención de quienes le rodeaban. A veces, en
sentido literal. Intentaba hablar como lo hacía Medoro, utilizando el método de
la máscara, pero era como intentar introducir un cilindro dentro de un
triángulo de menor tamaño. Todo en ése cuerpo estaba hecho, había sido
entrenado, o había nacido para resaltar entre la multitud.
Moverse
como Medoro no le resultó tan difícil: era un poco más alto ahora, pero su
entrenamiento mental le sirvió de mucho, aunque a veces ése cuerpo no le hacía
caso como él quería. Fue el intentar deslizar algún movimiento o maniobra en
esa rutina lo que le ganó varias miradas curiosas. De momento, decidió no
intentarlo otra vez, y se concentró en los eventos actuales.
Por
ejemplo, ése extraño hilo a rayas blancas y negras.
Titilaba
en existencia a veces, de forma tan débil que a veces dudaba si habría estado
allí. Y lo hacía en distintos ligares de la “tela”, acercándose a distintos
hilos. De alguna forma, Daichi sabía que eso representaba a Joseph, y a su
caótica existencia, en relación con las de otros seres. Estaba allí, merodeando,
y la forma en que lo hacía lo tranquilizó un poco.
Joseph
no los había descubierto.
El
tiempo que estuvo observándolo a él fue el mismo que tardó en observar a otros
hilos de la existencia. Hilos que parecían ser de otras telas, pero que eran de
la misma: en cada tela había dos hilos que habían sido “intercambiados” en un
segmento, y ése era sólo uno de los tantos mundos, o burbujas, en las que
revisaba. Como en un experimento, Joseph iba vigilando las reacciones de los
diversos “mundos”. Los pares de hilos eran de un tipo especial: Daichi
presintió que no eran de la misma familia. Sin embargo, eran los que más unidos
estaban, y eso lo hizo pararse en seco.
“La
amistad es una carga que el ninja no puede permitirse”
En ése
momento, Medoro era el ser más cercano a él, además de su padre. ¿Acaso era
sólo por las circunstancias? ¿Por las veces en que le había salvado la vida?
¿Por el brazalete? ¿Por alguna variable que no estaba contemplando, en esa
mente con una percepción, no profunda, sino longitudinal?
No era
la clase de muchacho con la que habría hecho buenas migas, pero en ése momento,
ayudarse el uno al otro era la única forma de poder romper el bucle de tiempo.
Ninguno de los dos lograría sus objetivos, fuesen cuales fuesen, si el bucle
continuaba. Y Joseph podría no detenerse allí. Medoro había comentado que el
límite del poder del Mago del Caos eran las islas de Trenza. ¿Y si una vez
acabado ese país, iba a por otro?
¿Habría
sobrevivido Medoro a su padre?
Haruka
y Taro le esperaban de camino, y Medoro siguió con el patrón de pensamiento de
Daichi. Charlaron de trivialidades, aunque el corazón le latiese a mil por
hora. La idea de la “máscara” funcionaba: al parecer, Daichi la utilizaba
mucho. El dolor de cabeza había bajado gracias a un par de analgésicos, pero la
cabeza aún le latía.
Cuando
llegó a la puerta de la escuela, vio llegar un auto muy conocido.
En el
camino desde la casa Takahashi, Medoro había intentado reunir toda la
información que tenía sobre la situación actual, sumada a lo que sabía Daichi.
La conclusión había sido algo sorprendente. La rapidez con la que los dos
pensamientos habían formulado hipótesis, comparado evidencias, formado teorías
y llegado a una conclusión más sólida que cualquier otra le sorprendió.
Esperaba
que no fuese la equivocada.
Cuando
la puerta del auto se abrió, un Medoro encantador bajó del vehículo. Haruka y
Taro se detuvieron, pero “Daichi” siguió andando, ante la mirada de todas las
personas a su alrededor. Notó, como al pasar, la mirada de las dos muchachas
que había visto tantas veces antes, y sonrió para sí: encajaban en el perfil de
las que disfrutarían lo que seguiría.
Cuando
“Medoro” empezó a caminar hacia la entrada, “Daichi” se le puso a la par.
Colocándole una mano en el hombro al muchacho más alto, hizo que los largos
cabellos se moviesen como una sedosa cortina al girar la cabeza a la que
estaban unidos. Entonces, “Daichi” acunó el sorprendido rostro en sus manos, y
se puso en puntas de pie.
Al ver
su cuerpo, Daichi pensó que le gustaba lo que veía.
No era
a través de un espejo, sino visto por los ojos de un Naga, alguien nacido y
criado para llamar la atención. Medoro había logrado imitar bien sus
movimientos y, a sus viperinos ojos, Daichi Takahashi no destacaba para nada.
Sí lo hacía cuando recordaba las situaciones en las que había estado, en las
que tenía a ese habilidoso muchacho en una muy alta estima.
El de
la sangre fría. El que mantenía la calma en todas las situaciones. El que
poseía muchas habilidades, como las más preciosas joyas dentro de un cofre que,
si no se abría, pasaba desapercibido. Ése que lo había salvado de la
desesperación. Ése cuyo hilo de la existencia se acercaba cada día más al
propio.
Medoro
estaba satisfecho con su aspecto: carismático, de buen ver, incluso algo
elegante. Ésa aura de encanto lo rodeaba incluso cuando él no estaba dentro de
su cuerpo. Su exotismo se notaba incluso si no se revelaba su origen mitad
indio. El brazalete quedaba oculto por las mangas de la camisa del uniforme,
que llegaban hasta el codo. Sus movimientos eran los de siempre: sorprendido,
observó cómo Daichi había adaptado los suyos al cuerpo en el que se encontraba.
El
exótico ser. El que tiene el conocimiento. El que tiene la visión. Ése que le
había salvado la vida en más de una ocasión. Ése que había pasado del pánico
absoluto a controlarse, hasta actuar casi sin desesperación.
Esos y
otros pensamientos estaban en la memoria de Daichi.
Y el
verdadero Daichi estaba acercando sus rostros.
El
silencio llenó su entorno.
Las
dos muchachas observaban la escena, emocionadas, y emitieron un jadeo casi al
unísono. Taro y Haruka miraban a “Daichi”, el primero sonrojado y el segundo
con la mandíbula colgando. El padre de la familia que alojaba a “Medoro” estaba
paralizado.
Daichi
estaba besando a Medoro.
Y no sólo besándolo, sino metiendo su lengua en la boca del otro muchacho.
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