lunes, 5 de agosto de 2013

Trenza, capítulo 9


9: Cuarto día



Daichi supo, al instante, que no estaba en su habitación.

Estaba sobre una cama, no en un futon, y las sábanas eran de un material distinto. Los sonidos eran diferentes, y por la forma en que llegaban a él, provenían de aberturas en una posición que distaba de ser la de su dormitorio. El Sol calentaba desde otra dirección, y la temperatura difería.

Y el aroma.

El aroma era uno que había llegado a conocer en los últimos días, uno especiado y exótico, sutil pero muy, muy memorable. Provenía de las sábanas, de su largo pelo, del pijama (diferente al propio) y de su piel. De su cuerpo, un cuerpo con una forma distinta de la que había estado ocupando toda su vida.

Abrió los ojos despacio.

Y se encontró en una habitación desconocida.




Medoro se despertó, confuso al no haber oído su reloj despertador.

Se llevó las manos a la cara, diciéndose a sí mismo que podría hacerlo, que era un día más cerca de romper el bucle y conservar la tela de la realidad sin desgarrones. Sintió que unas manos ajenas se posaban sobre una cara que no le era conocida, y abrió los ojos.

Ése no era su techo.

Se sentó sobre el futon, confundido, reconociendo el lugar enseguida. La mesita baja, el piso, las paredes al estilo japonés, la botella de agua cercana. Tanteó su cabeza, que tenía el pelo corto y una forma algo distinta a la de toda su existencia, y sintió que el pánico amenazaba con abrirse paso.

Cerró los ojos y respiró hondo.

Y fue a buscar un teléfono.




En el baño confirmó sus sospechas: unos ojos verdes le devolvieron la mirada, de una forma muy diferente a la que usaba Medoro. Se quedó allí unos segundos, dejando que las implicaciones de la situación se hundiesen en su ser.

Joseph los había descubierto.

De alguna manera, su caótica mente había conectado los puntos, y ahora los estaba atacando de forma directa. O quizás siempre lo había sabido, y la explosión le hizo ver la utilidad de esa información. ¿Qué le había hecho saber que él era un shinobi? ¿Qué confirmó que él era alguien que sabía del bucle de tiempo? Era demasiada casualidad, si es que era eso.

O quizás fuese una ilusión.

Una de esas ilusiones que, a diferencia de las que había experimentado antes, eran reales. En esta situación, no eran sus sentidos alterados quienes le decían que era otra persona, sino que la realidad misma había sido doblara, retorcida, obligada a eso. Daichi estaba entrenado para romper ilusiones, y había aprendido a distinguir qué era real y qué no. Y todo este Caos era real.




Encontró el teléfono celular de Daichi en su mochila, y empezó a marcar su número. Se detuvo a medio camino, dándose mentalmente una palmada en la frente, y empezó a marcar el número de su propio celular. Lo único que recibió en respuesta fue un aviso que las líneas estaban caídas.

Respiró hondo.

No iba a entrar en pánico.

No importaba que su forma de percibir su entorno fuese abrumadora, que no pudiese concebir la tela de la realidad o los hilos de la existencia. Tampoco que ése cuerpo fuese algo más petizo, que tuviese otro peso y otro nivel de agilidad (casi se cayó varias veces al notar la facilidad con la que podía moverse). Estaba en el cuerpo de Daichi: de seguro él no le haría nada a su cuerpo de Naga. Si es que despertaba así. Si es que despertaba.

Se puso de pie, respiró hondo, mantuvo el aire en sus humanos pulmones por diez segundos, y luego fue hacia el armario. Tomó lo que más familiar le era: el traje de Framtiden. Luego de ponerse todo a excepción de los zapatos, fue hacia la sala, que había visto de pasada la primera vez que había ido allí, y que ahora recordaba que tenía un teléfono fijo.

Lo vio sobre una mesita baja, y hacia el aparato fue.

-¿Quién eres?

Medoro se detuvo en seco.




Su reflejo era claro, podía leer, sus manos eran las mismas de siempre, los relojes funcionaban. Su percepción estaba muy reducida: casi como el de una persona normal, según lo que le había enseñado su padre y lo que había descubierto él mismo. Sin embargo, notó que, al posar sus ojos sobre un pendiente apoyado sobre un cuaderno de notas de la mesa de luz, percibía mucho más.

En su cuerpo podía notar muchos detalles, dado su entrenamiento, pero esa joya tenía mucho más de lo que había podido ver hasta “ayer”. Su cerebro se llenó de propiedades, historias, datos, formas de tallar, nombres de gente que no sabía que existía. Casi fue una sobrecarga, y aparto la mirada enseguida.

Y los hilos.

No era algo que pudiese describirse como una imagen, pero si tuviera que hacerlo, sería como una red de hilos, que formaba una tela, que corría riesgo de rasgarse y que estaba en un bucle, como un universo en forma de burbuja y su línea temporal del primero de Marzo. Daichi entendía poco más de la mitad, pero estaba ahí, y cada vez que se acercaba a una persona, podía percibir la forma en que tocaba otros hilos, la forma y el color, aunque no era esa la palabra exacta. Lo confirmó cuando tomó el uniforme de Framtiden, se vistió y fue hacia lo que supuso que era el comedor. Allí estaba la familia que alojaba a Medoro, feliz de verlo despierto.

-¿Cómo has dormido, querido?- le preguntó la madre, sonriendo de oreja a oreja, sentada a la mesa de madera oscura.

Daichi notó que tras esa sonrisa se escondía un interés material. Su hilo era de un color fuerte, y sus intenciones eran claras.

-He dormido bien, gracias por pregunta, madame- respondió, sonriendo, recordando la forma en la que Medoro se dirigía a las muchachas.

-Siéntate aquí, muchacho, y toma tu desayuno- dijo el padre, con el mismo tipo de sonrisa. Sus modales, su forma de hablar, la ropa y el calzado que usaban, la mucama sirviéndoles el desayuno, el desayuno en sí, todo hablaba de riqueza, y de deseos de aumentarla gracias a él. A Medoro.

El hilo no se unía del todo.

-Si me disculpan, necesito usar el teléfono- dijo Daichi, con el encantador tono de Medoro, y se retiró.




La voz sonó dura, y Medoro sintió que su cuerpo se helaba. Miró hacia un lado, desde donde había venido la voz, y se encontró con un hombre similar a Daichi, pero treinta años mayor. Su percepción aumentada de la realidad le llenó de detalles la cabeza en un momento, y le tomó un par de segundos entender lo que veía.

-¿Padre… - el otro no respondió.

El hombre dio un paso hacia él.

Medoro detectó los instintos agresivos, de cautela, de sospecha en él.

-…de Daichi?- terminó, aún confundido por la sobrecarga de datos.

El instinto asesino dejó de intensificarse y de crecer, a la espera.

-¿Quién eres?- repitió el adulto, y Medoro reaccionó.

-Alguien muy confundido, señor… ¿Takahashi?- su cerebro estaba cerca de la sobrecarga, pero así y todo, sabía que no podía pretender ser Takahashi hijo. ¿Así era como Daichi percibía la realidad? –Me desperté… en el cuerpo de Daichi, y no sé qué ha pasado.

Lo cual era verdad.

El padre de Daichi no parecía convencido para nada. Medoro supo, de alguna forma, que el adulto estaba listo para atacarlo si hacía algún movimiento en falso. Buscó algo adecuado para decir, y se encontró con que no lo hallaba. Las palabras, que le salían tan fácil en cualquier otra situación, ahora se escapaban a su hiperperceptivo cerebro. Porque este no era su cerebro de Naga, era un cerebro de humano.

-¿Dónde está mi hijo?

-Creo… que lo lógico sería que esté en mi cuerpo… y las líneas de teléfonos celulares están cortadas. Iba a usar el teléfono para llamar… a la casa en donde estoy alojado. Mi cuerpo estaba alojado. Está. Creo.

La hiperpercepción le estaba dando dolor de cabeza, y aumentó a “masivo” al comprender, de forma confusa pero muy presente, que Takahashi padre estaba más que molesto. Parecía una furia fría y en calma, que se esparcía por el cuerpo y se volvían energía, o concentración, o fuerza, o se guardaban para utilizarse cuando se las necesitase. Ese hombre tenía un gran control, y un… algo similar a Daichi, algo distinto a la genética, a la familia, como el pulido que se le daba a dos gemas de la misma roca.

Habilidades escondidas.

En un envase común, de esos que se miran por un segundo y se olvidan al siguiente, por ser el punto medio del punto medio. Pero si se buscase en su interior, se encontrarían gemas exóticas y con un pulido pocas veces visto. Entrenado hasta la perfección física, con una habilidad que Medoro no recordaba haber visto o percibido en ningún joyero. Porque allí había una joya, frente a él, y estaba a segundos de cortarlo, como la punta de un diamante.

-Las líneas nunca han funcionado.

La frase cayó como una losa sobre su cabeza, y Medoro lo miró, confundido, olvidando por unos segundos la maraña que tenía en la cabeza. Él mismo había usado las líneas telefónicas el día de su llegada, para anunciar a su familia sus impresiones. Lo mismo con su celular, cuando había hablado con Daichi. Sabía, de alguna confusa manera, que Takahashi decía la verdad, pero era una verdad modificada. Como si alguien hubiera cambiado, no una regla, sino una parte de ella. Y lo había hecho de forma progresiva, iteración tras iteración.

En otro momento, si Medoro hubiese estado en su cuerpo, le había preguntado cómo era posible, si funcionaba el último día de Febrero. Sin embargo, Daichi debía conocer muy bien a su padre, porque supo de inmediato que eso sería una muy mala idea. Y no tenía el encanto propio de los Nagas, lo cual podría haber sido decisivo.

-Entonces, ¿por qué hay teléfonos en Trenza?

Esa pregunta pareció no tener efecto, pero algo sutil, mucho más sutil que cualquier cosa que hubiese percibido, cambió. Algo que podía percibir sólo por el lazo de padre e hijo, cosa que no podía detectarse de otra manera.

-Cuando llegué al archipiélago, había faros. Cuatro. Uno en cada isla, apuntando hacia los cuatro puntos cardinales. Ahora no están.

Despacio, la comprensión empezó a chispear en su cerebro. Medoro entendió que su forma de enfrentar una situación como esta, la forma que había usado toda la vida, no era válida en este caso.

-¿Cuándo has llegado a Trenza?- preguntó Takahashi.

-Llegué el veintinueve de Febrero. Y desde ése día, muchas cosas han cambiado.

El adulto lo miró fijo.

Medoro reconoció sin dificultad esa mirada: estaba hecha para intimidar, para obtener más información de la que se le daba. Medoro se lo habría dicho todo, pero ahora estaba en el cuerpo de Daichi, y él entendía de otro modo. Tenía otras armas. Y otros métodos. Le sostuvo la mirada, tal y como se la había sostenido a Joseph en la biblioteca, y esperó.

Pasaron varios minutos.

Entonces, el señor Takahashi hizo un movimiento rápido y le arrojó algo. Medoro, más por instinto del cuerpo que por otra cosa, lo atrapó al vuelo, sintiendo una forma bastante esférica en su palma. Tardó menos de medio segundo en entender que se trataba de una manzana, y la miró, curioso, para luego mirar a Takahashi padre.

-No llegues tarde- fue todo lo que le dijo, mirándolo fijo.




Pronto, Daichi se dio cuenta que era imposible que un Naga fuese un ninja.

Incluso con un ninja dentro del cuerpo del Naga.

Cada paso que daba parecía atraer la atención de quienes le rodeaban. A veces, en sentido literal. Intentaba hablar como lo hacía Medoro, utilizando el método de la máscara, pero era como intentar introducir un cilindro dentro de un triángulo de menor tamaño. Todo en ése cuerpo estaba hecho, había sido entrenado, o había nacido para resaltar entre la multitud.

Moverse como Medoro no le resultó tan difícil: era un poco más alto ahora, pero su entrenamiento mental le sirvió de mucho, aunque a veces ése cuerpo no le hacía caso como él quería. Fue el intentar deslizar algún movimiento o maniobra en esa rutina lo que le ganó varias miradas curiosas. De momento, decidió no intentarlo otra vez, y se concentró en los eventos actuales.

Por ejemplo, ése extraño hilo a rayas blancas y negras.

Titilaba en existencia a veces, de forma tan débil que a veces dudaba si habría estado allí. Y lo hacía en distintos ligares de la “tela”, acercándose a distintos hilos. De alguna forma, Daichi sabía que eso representaba a Joseph, y a su caótica existencia, en relación con las de otros seres. Estaba allí, merodeando, y la forma en que lo hacía lo tranquilizó un poco.

Joseph no los había descubierto.

El tiempo que estuvo observándolo a él fue el mismo que tardó en observar a otros hilos de la existencia. Hilos que parecían ser de otras telas, pero que eran de la misma: en cada tela había dos hilos que habían sido “intercambiados” en un segmento, y ése era sólo uno de los tantos mundos, o burbujas, en las que revisaba. Como en un experimento, Joseph iba vigilando las reacciones de los diversos “mundos”. Los pares de hilos eran de un tipo especial: Daichi presintió que no eran de la misma familia. Sin embargo, eran los que más unidos estaban, y eso lo hizo pararse en seco.

“La amistad es una carga que el ninja no puede permitirse”

En ése momento, Medoro era el ser más cercano a él, además de su padre. ¿Acaso era sólo por las circunstancias? ¿Por las veces en que le había salvado la vida? ¿Por el brazalete? ¿Por alguna variable que no estaba contemplando, en esa mente con una percepción, no profunda, sino longitudinal?

No era la clase de muchacho con la que habría hecho buenas migas, pero en ése momento, ayudarse el uno al otro era la única forma de poder romper el bucle de tiempo. Ninguno de los dos lograría sus objetivos, fuesen cuales fuesen, si el bucle continuaba. Y Joseph podría no detenerse allí. Medoro había comentado que el límite del poder del Mago del Caos eran las islas de Trenza. ¿Y si una vez acabado ese país, iba a por otro?

¿Habría sobrevivido Medoro a su padre?




Haruka y Taro le esperaban de camino, y Medoro siguió con el patrón de pensamiento de Daichi. Charlaron de trivialidades, aunque el corazón le latiese a mil por hora. La idea de la “máscara” funcionaba: al parecer, Daichi la utilizaba mucho. El dolor de cabeza había bajado gracias a un par de analgésicos, pero la cabeza aún le latía.

Cuando llegó a la puerta de la escuela, vio llegar un auto muy conocido.

En el camino desde la casa Takahashi, Medoro había intentado reunir toda la información que tenía sobre la situación actual, sumada a lo que sabía Daichi. La conclusión había sido algo sorprendente. La rapidez con la que los dos pensamientos habían formulado hipótesis, comparado evidencias, formado teorías y llegado a una conclusión más sólida que cualquier otra le sorprendió.

Esperaba que no fuese la equivocada.

Cuando la puerta del auto se abrió, un Medoro encantador bajó del vehículo. Haruka y Taro se detuvieron, pero “Daichi” siguió andando, ante la mirada de todas las personas a su alrededor. Notó, como al pasar, la mirada de las dos muchachas que había visto tantas veces antes, y sonrió para sí: encajaban en el perfil de las que disfrutarían lo que seguiría.

Cuando “Medoro” empezó a caminar hacia la entrada, “Daichi” se le puso a la par. Colocándole una mano en el hombro al muchacho más alto, hizo que los largos cabellos se moviesen como una sedosa cortina al girar la cabeza a la que estaban unidos. Entonces, “Daichi” acunó el sorprendido rostro en sus manos, y se puso en puntas de pie.




Al ver su cuerpo, Daichi pensó que le gustaba lo que veía.

No era a través de un espejo, sino visto por los ojos de un Naga, alguien nacido y criado para llamar la atención. Medoro había logrado imitar bien sus movimientos y, a sus viperinos ojos, Daichi Takahashi no destacaba para nada. Sí lo hacía cuando recordaba las situaciones en las que había estado, en las que tenía a ese habilidoso muchacho en una muy alta estima.

El de la sangre fría. El que mantenía la calma en todas las situaciones. El que poseía muchas habilidades, como las más preciosas joyas dentro de un cofre que, si no se abría, pasaba desapercibido. Ése que lo había salvado de la desesperación. Ése cuyo hilo de la existencia se acercaba cada día más al propio.




Medoro estaba satisfecho con su aspecto: carismático, de buen ver, incluso algo elegante. Ésa aura de encanto lo rodeaba incluso cuando él no estaba dentro de su cuerpo. Su exotismo se notaba incluso si no se revelaba su origen mitad indio. El brazalete quedaba oculto por las mangas de la camisa del uniforme, que llegaban hasta el codo. Sus movimientos eran los de siempre: sorprendido, observó cómo Daichi había adaptado los suyos al cuerpo en el que se encontraba.

El exótico ser. El que tiene el conocimiento. El que tiene la visión. Ése que le había salvado la vida en más de una ocasión. Ése que había pasado del pánico absoluto a controlarse, hasta actuar casi sin desesperación.

Esos y otros pensamientos estaban en la memoria de Daichi.

Y el verdadero Daichi estaba acercando sus rostros.




El silencio llenó su entorno.

Las dos muchachas observaban la escena, emocionadas, y emitieron un jadeo casi al unísono. Taro y Haruka miraban a “Daichi”, el primero sonrojado y el segundo con la mandíbula colgando. El padre de la familia que alojaba a “Medoro” estaba paralizado.

Daichi estaba besando a Medoro.

Y no sólo besándolo, sino metiendo su lengua en la boca del otro muchacho.

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